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La Marsellesa en Casablanca: el pase del yo al nosotros, por Luis Enrique Ibáñez

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El mensaje que viaja en todo proceso de comunicación está codificado; esto es: responde a un código cuyas reglas es preciso saber interpretar. Dicha “descodificación” nos permite asomarnos a estratos más profundos de significación que enriquecerán nuestro conocimiento del mundo y de nosotros mismos. Y esto es lo que logra el autor, analizando el sistema de signos extraestéticos que palpitan en la escena escogida de ‘Casablanca’, a través de la cual consigue descubrirnos el referente imaginario que proyecta sobre nuestros sentimientos la pasional audición de La Marsellesa.

La Marsellesa es el himno de una patria que no es Francia; una patria más sutil y profunda, que vive inscrita en el corazón del hombre; en el corazón de cualquier hombre. Esa patria se llama Libertad, y a sus sones, al gigantesco clamor de sus acordes, el toro que dormita y sestea en nuestro fuero interno, se encampana gallardo, alzando altivo su orgullosa testa, presto a desafiar peligros e injusticias, demandando su lugar en la lucha.

La Marsellesa, es un símbolo, cuyo velo sonoro envuelve la tremenda historia de la emancipación, de la batalla por los derechos del hombre, de todo el largo camino recorrido para trocar la barbarie en civilización. No sólo está en el bar de Rick, plantando cara a la ocupación nazi, está allá donde alguien decide quitarse las cadenas. Y ahora puedo oírla, de nuevo, acunando en sus notas a los ciudadanos que se echaron a las calles de España, el pasado 15 de mayo, para hacer constar su justa indignación y denunciar a quienes pretenden reducirnos a mera mercancía.

Santi Ortiz

Quizá el conflicto más humano al que nos podemos enfrentar, el dilema más terrible que puede amenazar el siempre frágil equilibrio de nuestra condición humana, de nuestra constitución como seres capaces de tomar decisiones, sea la visita inesperada de esa disyuntiva afilada que nos obliga a decidir entre el beneficio individual y el bien colectivo. En esta escena, de apabullante carga emocional en lo colectivo, van a ser, precisamente, dos momentos íntimos, dos instantes de eterna individualidad, los protagonistas tapados, los agentes reales, que de forma casi anónima, puestos sin querer en lo alto de una relevancia que se diluye, aquellos que van a posibilitar el despertar del grupo, dejando caer lentamente al suelo sus ilusiones individuales…

Esta escena nos ofrece además desde el montaje un efecto genuino: la magia de hacernos creer que estamos ante un plano secuencia (ver uno de los mejores planos secuencia de la historia del cine, secuencia inicial de Sed de mal, Orson Welles), cuando en realidad se encuentran más de 20 planos distintos. Todos esos planos, sí. Pero el devenir de los hechos se nos ofrece como un desarrollo continuado, elástico, que se estira de forma natural, sin que advirtamos de forma brusca todas las piezas de que está compuesto. No obstante, esto ocurre en nuestra mirada global. Nuestro segundo nivel de percepción sí que advierte perfectamente todos los focos de atención, todos los puntos de vista que se elevan sin aspavientos para reclamar con orgullo de mensaje necesario toda nuestra capacidad de absorción. Y en este hecho también actúa La Marsellesa, que desde que aparece se comporta como una balsa inteligente, no solo atrapándonos, acogiéndonos, sino también guiándonos, de forma estratégica, por entre todos esos islotes que se erigen como torres de energía sin romper en ningún momento la simbiosis del conjunto.

Dos hombres en una habitación. Rick y Victor Laszlo dicuten sobre unos visados que permitirían a dos personas huir de Casablanca, dominada por los nazis. Rick, dueño del Café se niega a entregarle los documentos a Laszlo, líder de la resistencia que necesita salir de Casablanca acompañado, en principio, de Ilsa Lund, su mujer. Laszlo quiere saber el motivo de esa negativa. Pero se trata de un motivo innombrable, a no ser que pregunte a su propia esposa… Las posturas y gestos que los dos personajes apuntan en este plano medio ya nos comunican la resistencia impasible de Rick ante la petición desesperada de Victor Laszlo.

Algo suena abajo, en el café, la conversación se corta. Un grupo de oficiales nazis ha comenzado a cantar «Die Wacht am Rhein» (El guardia sobre el río Rín, saber más sobre esta canción), convertida en verdadero himno patriótico en la Alemania nazi. En el centro del plano general, sentado, el mayor Stresser balancea autoritario su pierna mientras se regodea en ese alarde de poder y disfruta del canto de sus hombres, los cuales acompañan sus voces con un animalesco movimiento de brazo que más que ayuda para llevar alguna clase ritmo, parece violencia acumulada deseosa de salir al exterior.

Rick no tiene otro remedio que asomarse a ver qué pasa, esa canción no podía anunciar nada bueno. La visión de los nazis que se pone ante sus ojos le trae de vuelta, como un estúpido bumerán, ese pasado al que creía haber dado la espalda de forma definitiva. Pero no, ahí está otra vez. Debo mantener la calma. Ya nada de esto tiene que ver conmigo.

La panorámica de descubrimiento, ese cerebro inteligente, se mueve en paralelo, buceando entre varios personajes, como si fuera una serpiente que busca su presa, y la encuentra: el policía, el Capitán Louis Renault . Este personaje y su actor mezclan de modo majestuoso la pose cínica y distanciada con la alusión incierta a un estar más profundo, a un saber y a un hacer que esperan su turno. Su gesto oblicuo, sus ojos… podrían sugerir que un primer plano de su rostro hubiera sido más acertado. No. Con el plano medio, además de no perder el placer de esa mirada que inquiere sin violencia, con esa extraña y deliciosa sutileza, que se posa como amenaza, o, tal vez, como advertencia de una amenaza que puede llegar… ganamos además una cuadro más completo que nos regala, por ejemplo, el cuerpo erguido en el que brazo sujeta con dulce elegancia esa copa siempre presente, terminando de crear una composición perfecta. Una composición sobre la que es natural deslizar sin hablar las preguntas que hieren «¿Qué piensas, Rick? ¿Qué vas a hacer, Rick? ¿Vas a hacer algo, Rick? ¿Te van a obligar a mover esa ficha que ya habías olvidado, Rick? No sabes cómo disfruto esperando tu respuesta, Rick…«

Y Victor Laszlo aparece en escena. La doble realidad se hace presente. El gesto áspero de Victor, su firme postura, conforman los ademanes de un hombre que está siendo agredido y que va a repeler la agresión. A su lado el rostro de Rick, levemente inclinado, muestra el gesto inteligente de aquel que quiere estudiar, no sin temor, la situación planteada. Sin embargo, los dos se encuentran, aunque no lo sepan, aunque no lo quieran, en el mismo lado. Y esas sombras de la pared se confunden poco a poco con las nubes inciertas de sus cerebros, que hierven, sombras en marcha que se ciernen burlonas sobre sus pensamientos sin fin.

Laszlo se sale del plano. Tiene que actuar. Rick le mira de soslayo, manteniendo su chulería, pero sabiendo que no puede hacer nada… de momento.

Antes de que podamos ver cómo acaba el viaje de Victor, contemplamos de nuevo la presencia inmunda de los oficiales nazis agarrados a su cantar. Pero, además, y gracias al plano general y a la profundidad de campo, se nos muestra como primera presencia, y casi de forma clandestina, a esa mujer sentada que parece representar por sí sola la más triste de las vejaciones. Aturdida, alienada, con la cabeza caída, como su propia vida, sostiene temblorosa esa copa que parece ser el único refugio posible. Juega con ella de tal manera que en lugar de una copa, parece un revolver, y ella, un fantasma que está a punto de suicidarse.

Sin que podamos tomar aire vemos a Victor dirigirse, serio, enérgico, al destino que le espera. Ilsa le ve y, aunque en principio no vemos su rostro, su lenguaje corporal nos comunica, quizá no su sorpresa, pero sí su temor…

… la cámara se gira y en un zoom, envolvente y decidido a la vez, nos muestra, ahora sí, el rostro de Ilsa, alzado y limpio, resucitado en la admiración… con los ojos más despiertos que nunca… escondiendo flaquezas molestas que en ese instante no tienen sentido.

¡Toquen La Marsellesa! ¡Tóquenla! La figura de Victor se alza con fuerza delante de un fondo de pueblo que sigue dormido, que no desea ni sentir, ni padecer. Pero no va tener otro remedio que levantarse. Victor se encarga de ello. Victor… y La Marsellesa.

Los músicos preguntan a Rick con la mirada qué deben hacer. Sin embargo, no lanzan el mismo gesto. El primero, el enorme, parece decir «a ver por dónde sale éste ahora…», mientras que el otro, asustado, sin abrir la boca grita «no digas que sí, por favor, no digas que sí…»

Rick otorga su permiso asintiendo con la cabeza en un gesto que parece insinuar, además de la aceptación, una reverencia extraña no exenta de orgullo. Y puede que esa reverencia tenga que ver no solo con permitir la irrupción de La Marsellesa, sino con un reconocimiento a sí mismo, un reconocimiento asustado y altivo a la vez, pues sabe que está cruzando la línea roja, sabe que desde ese mismo momento en que baja la cabeza, medio segundo, está renunciando al disfraz al que se había encomendado, a esa imagen de escéptico que quiere serlo, de no héroe que ya está de vuelta de todo, de ser que niega el mundo y quiere ser negado por él … y no acierta a pensar si esa pirueta le va a procurar dolor, o placer. Pero hay algo que sí que sabe… esa guarida donde su yo se había refugiado acaba de saltar por los aires, permitiendo que un nosotros tormentoso empape todo su cuerpo e inunde su cerebro con la frase más pantanosa jamás pensada: «Ya había decidido quién soy, ¿por qué me lo tengo que preguntar otra vez?» Quizá Raymond Chandler pensaba sin saberlo en Rick-Bogart cuando afirmó: «En esas malas calles debe haber un hombre que no sea malo, que no esté manchado ni tenga miedo«.
(Por cierto, ¿se imaginan a Ronald Reagan interpretando a Humphrey Bogart, perdón, quiero decir interpretando a Rick -con Bogart nunca sabemos si estamos viendo a un personaje, o si le estamos viendo a él mismo-? Pues den gracias al demonio, porque el papel estuvo a puntito de ser para esa cosa y no para Humphrey, el eterno)

Comienza La marsellesa, huracán musical que con su fuerza incontestable se dispone a provocar el ahogo justo de esa obscena exhibición con la que los opresores han invadido, sin ningún pudor, la alienada quietud de la escena, para hacer aun más humillante su asquerosa presencia.

¡Adelante, hijos de la patria!

El siguiente plano nos muestra a la mujer Libertad, arma en ristre, que, una vez convocada por La Marsellesa, se ofrece a conducir a ese pueblo que ya empieza a levantarse, iluminado por la luz y la fuerza de un rostro que mira al frente decidido, enérgico… limpio.

… ha llegado el día glorioso

Los oficiales nazis quieren mantener el combate de boxeo entre las dos canciones, pero su retirada es inminente. Vemos que siguen cantando, pero ya sin convicción, solo siguiendo la orden tajante del mayor Stresser que parece ido de ira. Dos de los tres oficiales que aparecen en segundo plano siguen cantando con la sucia lealtad de la obediencia debida. Sin embargo, el tercero, el que aparece en medio, como escondido y recostado en la espalda del tirano mayor, nos regala un gesto en el que ya se mezclan amablemente la sorpresa, el desconcierto… y el miedo.

Contra nosotros, la tiranía…

Ante la llamada de La Marsellesa comienzan a levantarse las primeras filas de ese ejército del pueblo que necesitaba ser despertado por el beso fiero de una música inapelable.

… ha elevado su estandarte sangriento

Y los lobos, vestidos ahora de gallinas, retroceden, ahuecan el ala y esconden su mirada. Toca sentarse… y callarse.

Y llegamos a uno de los momentos de mayor fuerza dramática. Esa mujer que hace un momento parecía tambalearse sentada, que insinuaba su deseo de hundirse en un mar de alcohol que la hiciera sorda a la realidad, que parecía simbolizar a todas las madres de Francia desterradas en la tierra de la sumisión… esa mujer se eleva y agarra con titánica fuerza el relevo de fuego que La Marsellesa le ofrece. Y esto se nos muestra, además, en un doble juego de énfasis poético: a la intensidad visual del primer plano se une el subrayado de su voz que se emerge orgullosa entre todas las voces de ese coro-nación que despierta… Así, imagen y música se dan la mano para conformar un tiempo pleno, un tiempo desbordado por un renacer mágico e indestructible.

¿Podéis oír por la campiña bramar a esos feroces soldados? Llegan hasta nuestros brazos…

Y ahora la omnisciente cámara, obligada, nos devuelve a Ilsa. El remolino de sentimientos que se abate sobre ella casi la hace desfallecer, mientras todas las posibilidades que aún soñaba comienzan a huir despavoridas. En este primer plano, es tanto lo que dice… con esa leve caída del rostro, con esos ojos que miran sin mirar nada, solo a su interior, y esos labios que parecen querer decir, sin poder, las palabras imposibles que jamás van a ser pronunciadas, palabras sin eco, sin cuerpo, palabras destinadas a yacer sin vida en el vasto campo de la nostalgia infinita. Porque empieza a comprender que es muy posible que su destino esté escrito, que la única puerta con llave que puede alcanzar la conduce al líder, al hombre capaz de conducir al grupo, de mover a la resistencia. Asustada, empieza a asumir que su yo siempre quedará atrás ante la fuerza imparable de un nosotros que quiere levantarse…


… para degollar a nuestros hijos y mujeres.

Imposible no acordarnos de Angelica Huston en Dublineses,

Y como contraste, y confirmación a la vez, de esas tierras movedizas en las que Ilsa parece sonámbula, el plano épico de Victor el cual, en perfecto gesto de arenga musical se trasciende a sí mismo, elevando su voz y llevando su mirada hacia un horizonte eterno, hacia una tierra prometida, hacia un tiempo por venir en el que el pueblo ya empieza a creer…

Alzaos en armas, ciudadanos…

… y ella termina de comprender, sin esconder una fascinación que ya habitaba en ella, que la fuerza de ese hombre escogido va a poder con todo, incluso con ella, y quiere asumirlo sin trauma, recreándose en la admiración… incluso orgullosa, porque, de alguna manera, ese estandarte, ese hombre, es suyo.

… formad batallones. Marchemos, marchemos…

Y la temperatura sigue subiendo… La mujer Libertad, cada vez más segura y cómoda en su función… mientras la población abandona molestas dudas y temores inciertos, para seguir con energía renovada el camino de La Marsellesa.

… que esa sangre impura empape nuestros surcos.



Y el clímax, que se eterniza como un eco infinito, nos devuelve a aquella mujer. En este primer plano estallan como descargas eléctricas todos los deseos de libertad expandiendo en todas las direcciones las emociones que pueden ser, las de los personajes… y las nuestras.

¡Viva Francia! ¡Viva la libertad!

Ahora, ya solo podéis mirar…

¡Viva Francia! ¡Viva la libertad!

El líder es aclamado. La Marsellesa ha cumplido con su deber. El pueblo se ha levantado. A Rick le van a cerrar el local y la vida va a continuar entre viajes, despedidas rebeldes y permanencias infinitas… conforme pasa el tiempo, as time goes by.

¡Viva Francia! ¡Viva la libertad!

Se ha dicho en muchas ocasiones que la letra de La Marsellesa rezuma demasiada agresividad, incluso racismo (¡Que una sangre impura…!). Esa idea desaparece tranquila si recordamos que únicamente las palabras y el uso que hacemos de ellas deciden su propio destino. Y que el sentido literal se pierde en lontananza cuando algo adquiere la categoría de símbolo. Y La Marsellesa ha quedado constituida como símbolo de la resistencia, de la acción, de la indignación, de la reacción necesaria y obligada ante cualquier injusticia…

Acción, indignación, reacción... estas palabras se me escapan entre los dedos… quieren  correr por las calles… libres… y de hecho ya están corriendo…

¡HOY… AHORA… YA!

Texto y voz: Luis Enrique Ibáñez

Música: As time goes byDiana Krall,  La Marsellesa – Edith Piaf, The very Thopught of You, Harlem Nocturne, S’WEonderful, Straing of Pearls, Dont Sit Under The Apple Tree – Big Band Classic

Grabación y Montaje: Antonio J. Calvillo y Joaquín Revuelta

Luis Enrique Ibáñez Cepeda (24 Posts)

Quique Ibáñez es profesor de Lengua y Literatura Castellana en el IES Cristóbal Colón de Sanlúcar de Barrameda. También imparte Proyectos Integrados sobre Lenguaje Fílmico y la asignatura de Literatura Universal. Es, además, un enamorado de la música y del cine. Tiene un espíritu crítico por naturaleza, lo que se deja entrever claramente en sus escritos.


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1 Comentario
  1. sole 13 años

    Felicidades. El Viernes en la plaza de Carmen de granada los dichos serenos,decididos, de la joven del micrófono, la atenta escucha de los allí reunidos, las miradas compartidas con ellos y mis amigos tejían una red de esperanza que alcanzaba a las raíces de los sueños que en otro tiempo y de otra manera, también en ese escenario tomaban las calles para coger de la mano la dignidad caída, la historia, el mapa del mundo y los seres que lo habitan. A mis hermanos todos.

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