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Aquella habanera, por Luis Enrique Ibáñez

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La escena.

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Comienza la escena, los personajes principales se desplazan buscando el calor de la hoguera. Se aprecia ya lo que va a ser una constante: al fondo, y aprovechando la profundidad de campo en una composición de perfecta geometría angular, se divisa la silueta del guardia civil, capa y tricornio, que parece anunciar ya una amenaza que de momento solo quiere estar a la espera.

Se centra la imagen alrededor de la hoguera y comienza el diálogo. Sutilmente la silueta del guardia, convertida ahora en una especie de fantasma, avanza como queriendo adivinar, no solo el significado de la conversación, sino, sobre todo, el motivo de sus sonrisas, de esa aparente alegría que él nunca conoció ni conocerá. El fantasma se queda medio de lado, como si fuese a posar para una siniestra fotografía.

Eh, predicador… ¿cómo te va? Salud Pablo ¿Por que te llaman predicador? Eso viene de una vez en vísperas de elecciones, cuando andaban los curas dando esos sermones contra la izquierda, parecía el Apocalipsis (están presos, están vencidos, pero mantienen el discurso) anunciaban que si ganaba la República habría plagas (el personaje que habla se anima y adorna su relato con un andar didáctico) y que sacaríamos de procesión a Bakunin en lugar de a la Virgen (permanece la composición angular centrada en el hablador y extendida en la profundidad que permite ver ese contexto miserable de patio carcelario en el que sombras de seres humanos desvalidos parecen destinados a llenar el vacío de un mundo inhóspito y derrotado, a llenarlo, sí, con su digna derrota que conserva el lenguaje y la mirada). Así que un día me vestí de fraile y me planté en una iglesia llena de beatas. El cura todavía no había llegado, fui al púlpito y tomé la palabra. ¿Y qué dijiste? (La escena va a subir de tensión, el plano general pasa a plano medio para obligarnos a concentrarnos en el mensaje del predicador que quiere aumentar la tensión ideológica).

Les prediqué mi anarquismo, lo que me salió de dentro (el gesto del predicador cambia, parece querer advertir que va a contar algo transcedente, y, quizá, peligroso; se difumina la profundidad de campo para hacer más nítidas las palabras retadoras, corte y plano medio del fantasma… es casi un primer plano conformado por el contraste de luz que se focaliza en el rostro… ese gesto… Luis Tosar despliega una intensa y asombrosa ambigüedad que nos informa del choque trágico de sentimientos encontrados, por un lado la autoridad que parece desafíada, y, por otro, algo así como el deseo de saber, de comprender esas palabras tan extrañas, pero que parecen transportar verdades como puños, verdades peligrosas)

Les dije que no hay nadie en el mundo lo bastante bueno para mandar en otro sin su consentimiento, la unión de un hombre y una mujer debe ser libre sin más alianza que el amor (ahora el «predicador» sabe y demuestra con su gesto que está hablando de verdad… que está predicando la verdad) quien roba a un patrón, cien años de perdón… y tonta la oveja que se confiesa lobo (el hablador finaliza orgulloso su discurso). Buena prédica… Lo mío es el público, Da Barca, me da igual una prédica que una habanera¿Ah, sí? Pues adelante, aquí tienes público (recuperamos una composición anterior, el fantasma al fondo retoma su vigilante posición, acechante y temeroso a la vez). ¿Quieres que les cante…? Es que así, a pelo… Señores, necesito una orquesta (el fantasma decide salir de allí, sabe que no pinta nada, pero vuelve su mirada inquisidora a esa escena que parece querer apuntar alegría, ¿qué hacen estos locos? ¿cómo pueden tener ganas de cantar, de bailar, necesitaría estar dentro de sus cerebros para poder ver cómo se producen sus pensamientos, sus reacciones, ¿por qué viven, por qué sienten, mientras yo sufro de vida?).

Cada cual que se busque su instrumento (el artista comienza a organizar su particular orquesta, le siguen la cámara y esos improvisados intérpretes que van a transportar, además de su frío, la música, esa eterna medicina que se propone servir de alivio, de sustento vital). El coro, el coro… ojito… ojito con el tono… Bueno venga, vamos allá… Un, dos y ahí vamos…

Y llega la princesa habanera en todo su esplendor.

El bailoteo travieso del artista anima la escena y, quizá, los corazones todavía vivos de esos seres desposeídos.

Fue todo como un sueño,

de cerezas y rosas,

aromas de un amor

que nunca existió.

Fui tan poco en tu vida

Ahora el embrujo del cine nos muestra los espíritus de una pequeña orquesta proyectados en la avejentada pared, la cual queda transformada desde ese momento en uno de esos antiguos cines de verano con olor a jazmín, uno de esos cines donde los ecos de nuestra infancia nos aguardan felices. La magia ya se ha instalado.

Una nube de paso,

el sol de un verano

que en tu mano anidó

Fue como un sueño,

Fue como un sueño…

El plano estructurado en sus tres niveles, artista, coro y orquesta , se erige en monumento de éxtasis de ese mundo hechizado.

¡Silencio!, grita una voz terrible que precede al fantasma. Su irrupción brutal, acompañado ahora por siervos, rompe el hechizo y recupera la pesadilla… ¡A callar! ¡Silencio! ¡A callar! El hachazo terrible de su presencia apresurada hace temer lo peor… ¡Sánchez, arreando! ¿Qué pasa? Te vienes con nosotros, vamos a soltarte… («¿Soltarte?» Todos sabemos que no, Sánchez también…)

¡Salud, camaradas! ¡Vamos a tomar el cielo! ¡Yo quepo por el ojo de una aguja! ¡Fascistas, cabrones…!

Y llega ahora el movimiento sobrecogedor del coro que avanza desafíante mostrando una resistencia que se soporta en la música (Fue como un sueño, fue como un sueño… ), en la música, y en la mirada arrogante que nunca pierden los valientes. Sí, todavía son capaces de mostrar una resistencia imposible ante el ultraje, ante el robo del artista, ante la muerte…

¿Por qué tienen que matarlo?

Simplemente porque, quizá, lo que menos soportan los tiranos, los opresores, no son las ideas antagónicas, sino la capacidad de otros para sentir placer, el goce posible de todos los Otros.

Esa música, esa canción, que aparentemente habla de amores perdidos, se constituye en realidad en dolorosa metáfora de un tiempo histórico, en sufrida metáfora de la libertad, de la democracia, de aquella República… que fue como un sueño, un sueño que sí existió. Es ahí donde emerge la fuerza turbadora de esa habanera, insertada en el oscuro pozo de aquel tiempo imperdonable.

El lápiz del carpintero es una película (2002) dirigida por Antón Reixa, y basada en la novela homónima de Manuel Rivas publicada en 1998.

Escena sugerida por Pilar Cepeda Calzada, recitadora atemporal y poseedora de esa sensibilidad calma que propicia el disfrute de imágenes y palabras, de recuerdos encendidos y de placeres por venir.

Luis Enrique Ibáñez Cepeda (24 Posts)

Quique Ibáñez es profesor de Lengua y Literatura Castellana en el IES Cristóbal Colón de Sanlúcar de Barrameda. También imparte Proyectos Integrados sobre Lenguaje Fílmico y la asignatura de Literatura Universal. Es, además, un enamorado de la música y del cine. Tiene un espíritu crítico por naturaleza, lo que se deja entrever claramente en sus escritos.


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2 Comentarios
  1. Marga 12 años

    No la habia visto hasta hoy y me he emocionado con esta escena como no lo hacia en muchisimo tiempo…
    Podrá gustar la pelicula o no, pero esta escena tiene todos los ingredientes para quedarse en el corazón de cualquiera con un mínimo de sensibilidad. Gracias por compartirla.

  2. No había visto la película hasta hoy, cuando alcancé a verla desde la escena de la canción en la cárcel. La emoción ha sido total. Haré lo posible para encontrar la grabación de la canción y para adquirir la novela.

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